Hijos de padres separados, corazones partidos.
En mi experiencia como terapeuta, sólo una vez unos padres acudieron a consulta para preguntarme cómo le contaban a su hija de cuatro años que se iban a separar y qué era lo mejor para ella. Normalmente, los padres separados vienen cuando sus hij@s empiezan a mostrar síntomas de que no están digiriendo bien la nueva situación. Cambios en las notas del colegio, ansiedad, tristeza, irritabilidad y falta de atención suelen ser los síntomas que a los padres les hacen ver que su hijos o hijas no se encuentran bien. Muchas veces sólo viene uno de los padres porque la relación con “la otra parte” es difícil, nula o imposible
No voy a contaros cómo hacer para que vuestros hij@s estén bien, porque en cualquier caso les va a doler, les va a dar miedo y van a tardar en adaptarse a la nueva situación. Como a vosotros. ¿Acaso a los adultos no nos duele separarnos de nuestra pareja? Pero dependiendo de cómo lo hagáis, y de si respetais el derecho de vuestros hij@s a estar y querer “al otro”, va a depender su digestión y posterior adaptación.
Cuando los padres entramos en conflicto, nuestro hij@ también siente un conflicto interno porque ha nacido de nosotros dos, padre y madre, y ambos formamos parte de su corazón y todo su ser. En quien se convertirá dependerá de aquello que los padres pongamos de nuestra parte (cada uno lo que pudo o quiso). Cuando le pedimos a un hijo que elija a uno de nosotros, le estamos exigiendo que rechace una mitad de él mismo, que ampute una parte de lo que es. ¿Le pediríamos que se cortara un brazo o una pierna? Espero que la mayoría de padres respondáis que no. ¿Por qué entonces les pedimos que se amputen emocionalmente, que saquen a uno de nosotros de su corazón? Los hijos no pueden hacer esto. Y cuando para sobrevivir a la situación hacen el ensayo de elegir entre nosotros, y tratan de cortar su derecho a amar a sus dos padres, quedan dañados por un largo tiempo. Por eso muchos casos de terapia en adolescentes y adultos tratan sobre como curar la herida que nos provocó expulsar a uno de nuestros padres del corazón, porque al hacerlo dañamos una parte de nosotros mismos y a partir de ese momento crecemos amputados emocionalmente.
Es importante entender que la elección de quién ser en la vida, a quién imitar o parecerse, debería tomarse siempre desde la libertad, y amparada por la sensación de que a cualquiera de mis progenitores les va a llenar de amor que nos parezcamos al otro. Cuando esto no sucede, el hijo se va a ver atrapado en una guerra que nosotros como adultos no hemos sabido resolver. Hijos que imitan adicciones o maltratos, son dos ejemplos extremos que nos dan una idea del daño que podemos llegar a provocar a los futuros adultos, que traerán así al presente un conflicto que fue de sus progenitores y en el que ellos viven atrapados.
En familias de padres que conviven juntos también sucede esta «amputación» emocional. Es, tal vez, cuando los padres nos separamos, cuando estas situaciones emocionales cogen más fuerza o más voz en el sistema familiar.
Cuando usamos frases como:
- “Tu padre nos ha dejado”
- “Tu madre se ha ido con otro”
- “No tengo dinero porque tu padre no me pasa la pensión”
- “Me aburría con tu madre”
- “Tu madre me ha echado de casa”
- “Eres igual que tu padre/madre”
Estamos haciendo daño a nuestros hijos. Estas frases pertenecen a lo que nos ha ocurrido a nosotros como pareja y a lo que nos sucede también ahora a nosotros como padres separados. Nuestro hij@ no necesita escuchar los detalles de estos problemas. Cualquier dato que recibe de la situación de los adultos, en la esfera de un mundo que no es puramente emocional, le obliga a tomar partido y a elegir a uno de los dos. Es entonces cuando aparece la angustia al tener que elegir a uno bueno y a otro malo o al identificar en sí mismo aquellos aspectos en que se reconoce parecido al supuesto culpable de lo ocurrido, por poner algún ejemplo.
El día que decidimos ser padres, tomamos un compromiso con otra persona para nutrir y acompañar en la vida a un nuevo ser, nuestro hij@, que será de los dos. Este compromiso es el mayor amor que le podemos dar y requiere que aprendamos a respetar todo lo que es, incluyendo aquello que proviene del otro, padre o madre. Nuestro hij@ no necesita saber los motivos de nuestro desamor de adultos y, menos aún, participar en discusiones, opinar, posicionarse o intermediar.
Lo que nuestro hij@ necesita ante una separación es:
– Saber qué va a pasar con su vida ahora.
– Dónde va a vivir, cuándo nos va a ver a cada uno y dónde estarán su colegio y amigos.
(Un consejo: cuanto menos pierda, mejor. En la medida de lo posible, no sumemos más duelos a la separación. Algunos padres y madres al separarse también toman otras decisiones importantes como cambios de residencia, etc. Démosles un tiempo para digerir.) – Saber que no va a perder a ninguno de los dos, aunque ya no vivamos juntos. – Saber que no es el culpable de la separación. Y si de alguna forma sientes que tu pareja se ha roto por tus hij@s, ¡busca terapia! – Sentir que va a poder seguir queriéndonos a los dos como necesite en cada etapa de su vida.
Amemos cada momento evolutivo de nuestros hijos y respetemos sus necesidades, evitando proyectar en ellos nuestro miedo al desamor. Eso nos ayudará a superar los celos que como padre sentimos cuando nuestro bebé de 3 años o menos sólo quiere estar con su madre, o la envidia que como madre nos provoca que nuestros hij@s adolescentes prefieran pasar las vacaciones con su padre.
La fórmula sencilla para explicárselo debería incluir estos mensajes emocionales:
Papá y mamá van a dejar de vivir juntos. Vas a tener dos sitios en los que vivir. Nos vas a ver a los dos todo lo que quieras y podamos. Vamos a seguir contigo siempre. Te queremos igual que antes. Tú no tienes la culpa de nada.
A partir de aquí vendrá un torrente de preguntas a las que contestar y no contestar. Hay una regla de oro para comunicar situaciones dolorosas a los niños: no contar lo que no preguntan.
Vendrá un tiempo de situaciones difíciles en las que nuestro hij@ pondrá a prueba la seguridad emocional que le hemos anticipado con esta declaración de intenciones. Y seremos nosotros, sus padres, los adultos, los que tendremos que proveerle esta seguridad para que él o ella pueda digerir la separación y los cambios.
Recuerdo uno de mis primeros casos como psicoterapeuta, una niña de 12 años que vino a terapia porque empezó a tener explosiones de ira. La relación entre sus padres separados no era buena. Ella me pidió en la primera sesión que la ayudara a tomarse de otra manera la actitud de su padre hacia su madre. Ella sentía que tenía que elegir entre su padre y la nueva pareja de su madre. Ahora que tenía dos familias, sentía que tenía que elegir entre una de ellas. Conversamos varias sesiones sobre escenas dolorosas que estaba viviendo, acompañándola a expresar su dolor por lo que estaba ocurriendo. Para trabajar su sentimiento de tener que elegir, de tener que dar la razón a su padre o a su madre sobre quién era el mejor, hablamos sobre las muchas puertas que tiene el corazón, y que cada persona que llega a nuestra vida lo hace por una puerta especial. Luego dibujamos la puerta por la que cada una de estas personas entraba en su corazón. Esto nos dio pie a hablar sobre si esas puertas necesitaban más o menos seguridad, si eran puertas grandes o pequeñas, y otras sensaciones asociadas a los dibujos, que nos permitieron abordar de manera indirecta y manejable para ella la difícil situación que estaba viviendo. Algunos de los dibujos que hicimos, ilustran este artículo. Ella pudo así visualizar y sentir que en su corazón cabían todos con sus matices, que no suponían una falta de amor a nadie que ciertas cosas en un lado u otro de su familia le gustara más o menos.
La terapia con ella, antes de que conociera el trabajo en constelaciones familiares, me hizo tomar mucha conciencia de cómo los padres impedimos que los hijos nos tengan en su corazón.
En palabras de Joan Garriga, Terapeuta Gestalt y Constelador, las frases sanadoras para nuestros hijos son:
“Hijo, en ti sigo queriendo a tu padre/madre, en ti sigo viéndolo y respetándolo a él”, “Hija tu eres el fruto de mi amor y mi historia con tu padre/madre y lo vivo como regalo y bendición”, “Hijo, respeto lo que vives y como es con tu otro padre/madre”, “Hija, yo sólo soy el padre/madre, más es demasiado”. Estas son frases que apuntan al bienestar y el regocijo en los hijos. ¿Qué ayuda, pues? Que los hijos reciban uno de los mayores regalos posibles en su corazón: ser queridos tal como son, y muy especialmente que en ellos se quiera a su otro progenitor, porque así se sienten completamente amados, ya que en el fondo el hijo no deja de sentir que de alguna forma también es sus padres. Ambos.”
Ya habrá tiempo cuando nuestros hijos sean adultos de hablar sobre todo lo que pasó. Pero ahora no nos saltemos pasos. Hagamos lo que podamos para que su corazón llegue lo más entero posible a la madurez. Y si sentimos que no podemos, que la situación o las emociones nos superan, busquemos ayuda.
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